ADAPTACIÓN

lunes, 21 de mayo de 2012



Toda clase de pieles


Había una vez, hace muchos años en un lejano país, un rey y una reina que lo tenían todo. Vivían muy felices porque eran jóvenes y bellos, se querían mucho y todos los demás también les querían en el reino. Sin embargo, con el tiempo les surgió un gran problema. Este problema era que la reina no podía tener un bebé. Ambos lo deseaban mucho porque querían un heredero para el trono del reino y porque sabían que un niño daría mucha vida al castillo.
Con el paso del tiempo, la reina supo que por fin iba a ser mamá y todo fue alegría y entusiasmo en la corte. Comenzaron los preparativos para la llegada del gran heredero, remodelaron el castillo para que no hubiera nada que pudiera hacerle daño, contrataron a los mejores cuentacuentos y a las más perfectas maestras…Todo estaba listo para cuidar del bebé y que aprendiera todo lo que pudiera para ser un gran rey.
 Cuando llegó el gran día, la reina dio a luz a una niña y los reyes, lejos de ponerse tristes porque no era un niño para heredar su trono, se alegraron mucho de tener por fin un bebé. Ante tanta emoción, se prometieron que cuidarían y protegerían todo lo que pudieran a su pequeña, para que fuera la niña más lista, la más educada y la más buena, que jamás hubiese visto nadie en la tierra. Todo era alegría y felicidad en el castillo, la pequeña princesa iba a ser perfecta y todos los príncipes iban a querer pegarse por casarse con ella.
Con los años, la princesa había crecido y se había convertido en una niña muy inteligente y alegre, a la que le gustaba jugar por todos los rincones del castillo, esconderse, trepar… y leer cuentos con su papa. A pesar de su corta edad, había aprendido muchas cosas y tenía muchísimas ganas de ser pronto una gran reina. Sin embargo, sus padres la habían educado para ser una delicada princesa que debía esperar la llegada de su príncipe para convertirse en reina.
Una noche a la hora del cuento, le dijo a su padre que ya estaba lista para subir al trono y ser una gran reina. El rey que siempre la protegía se sobresaltó, y le explicó que ella todavía era muy pequeña, que al trono sólo podía subir un príncipe valiente que se casara con ella. ¡A la princesa le parecía muy injusto! ¡Ella ya podía ser una buena reina! Le insistió a su madre y le preguntó a su maestra, le dijo al cuentacuentos que le buscara cuentos sobre reinas, aprendió a comer de forma correcta en la mesa, a andar bien recta e hizo todo lo posible para que la corte viera que ella era una buena reina… Pero, sin embargo, todos esperaban a un príncipe porque la veían muy delicada y pequeña.
La pequeña princesa, estaba triste porque ninguno de los mayores la veía capaz de ser una reina, asique esta vez le preguntó a su padre qué es lo que tenía que hacer un príncipe valiente para subir al trono y ser un buen rey. Su padre, como no sabía que hacer para quitarle la idea de la cabeza, porque tenía que ser un heredero el que gobernara el reino, le dijo que para ser rey un príncipe debía ganarse la admiración y el respeto de la reina. Le explicó que sólo un príncipe cariñoso, dulce y comprensivo podría regalarle a la reina un vestido tan brillante como el sol, para que resplandeciera el día de la boda de la princesa. La princesa pasó toda la noche pensando en qué cosas había tan brillantes y resplandecientes como el sol…
A la mañana siguiente, salió temprano al jardín de palacio a recoger flores amarillas y redondas como el sol. Después entró al castillo y pensó que las piedras preciosas de la corona brillaban igual que el sol. Comprobó que los botones de la capa del rey eran dorados y brillantes como el sol y que los pendientes de la reina resplandecían más que el sol. Después corrió hacia el armario de su madre y cogió, de forma cautelosa, un vestido de seda bordado con hilos de oro. La pequeña princesa estuvo todo el día encerrada en su cuarto, recortando, cosiendo y pegando todo lo que había recogido, para hacerle a su madre un vestido tan brillante como el sol y demostrar que, ¡ella puede ser una reina! Por la noche, mientras sus padres dormían se acercó de forma silenciosa y dejó el vestido a los pies de la cama.
Cuando su madre despertó, se quedó asombrada por el vestido tan hermoso y resplandeciente que le habían regalado pero, como sospechaba que era obra de la pequeña princesa y todavía no era mayor para ser una reina, se calló y no dijo nada. La pequeña se entristeció porque vio que hacer un vestido tan brillante como el sol no era lo que había que hacer para ser una buena reina. Como su padre no le había ayudado mucho, pensó que su madre, que era reina, sabría mejor que nadie qué es lo que había que hacer para conseguirlo.
Se acercó a ella mientras estaba leyendo un libro en el jardín, y le preguntó qué es lo que tenía que hacer un príncipe para poder convertirse en un rey. La reina, que estaba preocupada porque la princesa era muy pequeña y quería que se casase con un príncipe para que la protegiera, le explicó que solo el príncipe más valiente del reino podría reinar en el castillo. Debía ser un joven que no tuviera miedo a la oscuridad, que tuviera el valor de atravesar los bosques tenebrosos y que fuese capaz de conseguir una capa única en el mundo, hecha con toda clase de pieles, para obsequiársela a los reyes. Su madre se convenció de que así ya no volvería a pensar más en el tema.
Sin embargo, la princesa se quedó pensativa… Ella sabía que no podía cruzar sola el bosque porque podría perderse o encontrarse con algún lobo. Sin embargo, pensó en un lugar muy oscuro que a ella le daba mucho miedo y dónde sus padres guardaron toda clase de cosas antes de que naciera. Ese lugar era el sótano del castillo. Pensó que si allí había toda clase de cosas, podría encontrar una capa con toda clase de pieles, y que si era capaz de no tener miedo a la oscuridad demostraría que es muy valiente. La pequeña princesa se armó de valor y bajó, cuidadosamente, al sótano del castillo. Aquel lugar era enorme pero, como la princesa quería ser una reina valiente, decidió que se iba a enfrentar a sus miedos e iba a encontrar esa capa que, según le había dicho su madre, era única en el mundo. Se movió por los lugares más oscuros y recónditos, unas veces tenía miedo porque se veían animales muy rígidos y con cuernos, otras se emocionaba porque encontraba objetos que nunca antes había podido imaginar. A pesar de ello, no había ni rastro de la capa…
Pasaron muchas horas y los reyes estaban muy preocupados porque no encontraban a su pequeña. Mientras tanto la princesa, al ver que no encontraba la capa, pensó en el vestido que le había hecho a su madre y decidió que, en ese sótano, había tantas cosas que ella misma podría hacer una capa con toda clase de pieles. Pensó y pensó… buscó, revolvió y encontró una maleta hecha con piel de mofeta, también encontró un abrigo de cuero de su tío abuelo, una bufanda vieja hecha con lana de oveja, una alfombra de piel de foca y un recipiente forrado con piel de serpiente, un sombrero feo decorado con plumas de gallo…
Sacó las tijeras y el pagamento de su bolsillo y comenzó hacer una capa con todo lo que se encontró a su paso, no dejó ni una cortina entera, ni una pieza de tela suelta. Todo lo que se había guardado en ese sótano durante años, tenía alguna textura desconocida para la princesa. Estaba tan concentrada e ilusionada en lo bien que le estaba quedando la capa que ya no se acordaba del miedo que le daba la oscuridad ni de las ganas que tenía de ser reina. ¡Era asombrosa la cantidad de objetos que podía encontrar en ese lugar! ¡Y la capa le estaba quedando fabulosa! ¡A mamá y a papá les iba a encantar!
Cuando terminó de coser y pegar, subió al castillo para darles el obsequio a los reyes. Sus padres, que estaban muy preocupados porque no la encontraban, la abrazaron y besaron entre sollozos. La pequeña princesa les dijo qué era lo que había estado haciendo todo ese tiempo. Les explicó a sus padres cómo cruzó lugares oscuros y tenebrosos, el miedo que sintió cuando vio animales muy quietos y silenciosos, y lo bien que lo pasó cuando encontró tantos objetos misteriosos. Les contó que, a pesar de todo ello, lo verdaderamente importante de su aventura era que había encontrado una capa hecha con toda clase de pieles, que sabía con toda seguridad que era una capa única en el mundo y que ningún otro príncipe podría encontrar jamás otra igual.
Los reyes asombrados con el regalo y con la valentía que había demostrado la princesa, decidieron que estaba preparada para ser una gran reina. Le entregaron la corona y le propusieron un plan: Aunque decida o no casarse con un príncipe, podrá gobernar sobre todo el reino, cuando cumpla los 18 años de edad. La pequeña princesa aceptó encantada porque pensó que ser una reina tan pequeña era una tarea muy pesada.

1 comentario:

  1. Ufff. realmente me ha dejado impresionada tu cuento. Es precioso y, como dices en la reflexión, mucho más cercano a los niños que Toda clase de pieles. Escribes muy muy bien y me encantaría saber si los dibujos son tuyos... porque me han encantado.

    En cuanto al tema de la adaptación, es un poco más complicado. De hecho, más que emular a Perrault, que adaptaba sus historias a su público y a sus intenciones, has emulado a Andersen... un escritor de verdad que, inspirándose en historias y personajes tradicionales, creaba unos cuentos maravillosos y absolutamente personales.

    Es cierto que La bella y la Bestia de Disney es muy diferente a la de Mme. LePrince, pero es porque no se trata de una buena adaptación. Es, simplemente, una versión cinematográfica (que, como os comenté, me encanta), en la que los guionistas se han permitido cambiar algunos aspectos esenciales de la historia.

    Tu cuento, a pesar de su calidad literaria (que es mucha) y de ser genial para infantil, solo cumple algunos de los requisitos de una adaptación. Por eso, como el objetivo de la actividad era adaptar, tengo que ponerte solo un bien.

    De todos modos, como después hemos visto la creación literaria y hemos hablado de multitud de estrategias, te animo a que sigas inspirándote en historias folclóricas para hacer cuentos tan preciosos como este. Aunque no sean verdaderas adaptaciones.

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